En estas últimas semanas he sentido y compartido con amigos de diversos países la inquietud por el estado de salud del maestro Thich Nhat Hanh («Thay», como los miembos de la sangha le llaman cariñosamente). La salud de Thay había estado débil en los últimos meses, pero el pasado 11 de noviembre, justo un mes después de su cumpleaños número 89, sufrió una hemorragia cerebral por la cual tuvo que ser ingresado a la unidad de cuidados intensivos del hospital en Bordeaux. Según los últimos reportes sobre su salud (los cuales se pueden seguir a través de la página web de Plum Village) Thay está estable y con esperanzas de recuperación, sin embargo su estado general es muy frágil.
La fragilidad del estado de Thay naturalmente me trae a la memoria muchos recuerdos del retiro de meditación de tres meses en la Villa de los Ciruelos (Plum Village) del año 2000, una experiencia que sentí a como una apertura de un camino de vida y una especie de deshielo del corazón. Ya había comenzado a practicar Zen dese hacía poco más de un año, lo cual me había ayudado a comenzar a comprender el funcionamiento de mi mente, estabilizar mi atención y, de a poco, salir de una depresión. Sin embargo, fueron esos tres meses en Plum Village los que me dieron una experiencia directa del sabor de la libertad que se experimenta a través de una mente atenta y un corazón abierto. De alguna manera, la calidez del Budismo Mahayana vietnamita, plenamente reflejada en Thich Nhat Hanh y su comunidad, venía a complementar la agudeza y marcialidad del Zen japonés.
Durante esos meses en Plum Village, tuve la oportunidad de compartir a diario con Thay y su presencia causó una gran impresión en mí. Precisamente por poder compartir lo cotidiano durante esos meses, comer en el mismo espacio, hacer la práctica de la meditación sentada y caminando por varias horas al día, escucharlo en sus charlas sobre el Dharma dos veces por semana, hasta incluso poder tomar la guitarra y cantarle a Thay y su comunidad canciones de Silvio Rodríguez, Violeta Parra, Atahualpa Yupanqui y Víctor Jara en algún día de celebración (canciones que varios monjes vietnamitas conocían y cantaban… en vietnamita) siento que pude ver a este maestro y su comunidad un poco más allá de mi proyección e idealización inicial. Sin embargo, hasta el último día de ese retiro, tuve la impresión de que estaba en presencia de alguien excepcionalmente despierto.
En este espacio, como un homenaje sencillo, quiero compartir tres poemas inspirados por Thay que escribí durante ese tiempo de retiro.
(In)quietud
Los ciruelos vacíos me miran,
Particular soledad.
Solo el humano debe desvestirse,
Para ser universal.
La lluvia, el barro y las hojas que cayeron,
El viento que mece las colas de zorro,
El pino, la laguna, y el bosque de bambú
Me acarician la cabeza
La inundan de sueños
y la despojan de humanidad.
He conocido al hombre más hermoso,
De silencios tallado,
su sonrisa, la luna nueva.
Voy decidido a su encuentro,
Entre los ciruelos vacíos.
Al Maestro Nhat Hanh
¿Cómo atraparte un segundo en este breve espacio entre tinta y papel?
Si eres como los ríos que bajan raudos por las quebradas
Si eres un ave de mil plumas tornasol que vuela con la libertad del viento.
La suave garúa de tus gestos me empapa y el amor crece entre mi sombrero y mis zapatos.
Niño del mundo, gracias por dejarte ver,
Noble ancestro, gracias por regar mis raíces de libertad.
Tu rostro, espejo del mundo y de batallas de humo rojo,
De barcazas precarias parteras de la esperanza,
Y de mil sueños que ya caminan por esta tierra.
¿Cómo atraparte en mi corazón si tu sonrisa corre libre
Despertando la fe de tantos?
Encendedor de lámparas de la luz más noble, la sabiduría,
Nocturno cuidador del fuego y del agua que marca las divisiones de la noche
Solo puedo rozar tu nieve con mis labios y guardar tu enseñanza como un tesoro en floración.
Aquel amanecer en la Villa de los Ciruelos
Hoy los primeros rayos del sol abrieron mi corazón
Tus palabras hicieron carne mi amor escondido
Tu presencia descorrió el velo del olvido
Y así al fin recordé por qué estoy vivo.
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* Gracias a Ana Arrabé por compartir esta foto.
