Un fragmento del nuevo libro «Mindfulness y Compasión en la Relación de Ayuda»

En este post tengo la alegría de compartir un nuevo libro que será de especial ayuda para quienes, ya sea por su profesión o por sus circunstancias de vida, se encuentran en relaciones de ayuda. En este grupo podemos encontrar terapeutas, psicólogos, médicos, enfermeras, profesores, trabajadores sociales, cuidadores informales, entre muchos otros.

Este  tipo de relaciones, aunque pueden ser tremendamente gratificantes y otorgadoras de sentido, también son de alto riesgo de burnout. Por eso celebro los años de trabajo que han puesto las docentes de la Universidad de Lleida Luisa Conejos (psicóloga e instructora certificada del programa de Entrenamiento en el Cultivo de la Compasión) y María Nabal, médica, en la creación de este libro.

En este libro el lector se encontrará con las aportaciones teóricas que sustentan el valor del mindfulness y la compasión desde diferentes perspectivas. Además, el libro ofrece un recorrido por las posibles aplicaciones del mindfulness y la compasión en algunos ámbitos concretos de la relación de ayuda. Puedes ver la diversidad de temas y qué autores contribuyeron al volumen en el índice del libro que puedes acceder en este link.

En esta entrada de blog les comparto un fragmento del capítulo 6 del libro, La compasión como eje de la relación de ayuda, que ha sido mi contribución a este libro.

Fragmento del capítulo 6, «La compasión como eje de la relación de ayuda», del libro Mindfulness y Compasión en la Relación de Ayuda.

Sufrimiento y necesidad de compasión en los cuidadores 

Existe un sufrimiento silencioso y de consecuencias muy significativas en quienes dedican parte de su vida y energía al cuidado de otros. Si tomamos en cuenta algunos datos sobre el estado de salud y el bienestar laboral de médicos y enfermeras nos encontramos con un escenario preocupante. Un estudio reciente desarrollado por un consultor del Centro Internacional de Enfermería (CIE) y colaborador de la Organización Mundial de la Salud (OMS) en el cual se encuestó a 23.000 enfermeras de diez países europeos, concluyó que una de cada tres enfermeras considera dejar su trabajo (Buchan, Shaffer & Catton, 2018).  Entre los factores que incidían en este deseo de dejar el trabajo se encontró el síndrome burnout (una combinación de agotamiento emocional, despersonalización y baja satisfacción profesional), problemas de género, jornadas laborales extenuantes, entornos y contextos laborales tóxicos, remuneraciones insatisfactorias y dificultades para compatibilizar la vida familiar con la vida laboral. Esta investigación resuena con el relato que escucho a menudo de profesionales sanitarios y de pacientes en España y Latinoamérica durante estos años.

Si comprendemos que muchos de los contextos sanitarios están cruzados por variables que merman u obstaculizan la compasión en los profesionales de la salud, incluyendo el distrés moral (Dzeng et al., 2016), las presiones económicas (Borgstrom & Walter, 2015), las culturas organizacionales tóxicas (deZulueta, 2015), la sobrecarga de trabajo e inseguridad laboral (Sinclair et al., 2017; Mota et al., 2016), podemos comenzar a comprender el inmenso sufrimiento que enfrentan los profesionales de la salud y por qué 1 de cada 3 enfermeras podrían estar pensando en hacer otra cosa con su vida. Tomemos en cuenta algunos datos más:

  • En una encuesta reciente con más de 17,000 medicos en EE.UU. se observó que el 49% experimenta a menudo o siempre síntomas de burnout; el 49% no recomendaría la carrera de medicina a sus hijos y solo el 13.9% percibe que tiene el tiempo suficiente para ofrecer una buena atención. (The Physicians Foundation Survey, 2016).
  • Una encuesta reciente con 30,000 enfermeras mostró que el 53% se sentía molesta/triste porque no podían ofrecer el nivel de cuidados que querían (Borneo & Helm, 2017). Esto genera distrés moral, que es la experiencia de no poder actuar en concordancia con los propios valores debido a presiones jerárquicas o institucionales. El distrés moral crónico conduce al agotamiento emocional y el burnout, afectando la satisfacción laboral y generando la creencia de que el propio trabajo no tiene valor, lo cual a su vez disminuye la empatía y aumenta la deshumanización (Dzeng et al., 2016).
  • Varios meta-análisis han mostrado que existe un declive significativo en la empatía durante la formación médica y de enfermería, especialmente en la fase de residencia. Esto se explica, por un lado, por el nivel de exigencia y competitividad en estas carreras, lo cual mantiene a los estudiantes en activación de su sistema de amenaza (Gilbert, 2009) y, cuando nos sentimos amenazados, es muy difícil ser empáticos. En segundo lugar está el impacto del modelaje de algunos médicos y enfermeras mayores, los cuales a menudo modelan la insensibilidad y falta de empatía como estrategia de pseudo-autocuidado. Añado el “pseudo” porque la distancia afectiva y la despersonalización en el trato de los pacientes no ayuda realmente al cuidador ni tampoco al paciente. De hecho la deshumanización en el trato a los usuarios es, en sí misma, una expresión sufrimiento.

Me parece que este último punto es especialmente inquietante: miles de personas brillantes y con un deseo genuino de dedicar valiosos años de su vida a estudiar para expresar el valor de cuidar se van endureciendo en el camino que deben recorrer para poder ejercer su profesión. La idea de la “deformación profesional” parece aquí encontrar una expresión muy clara. 

Aquí es importante comprender que la falta de compasión no es solo un tema moral sino también práctico ya que perjudica el curso del tratamiento y también la salud física y mental del profesional, con un alto coste para el sistema (Trzeciak, S., & Mazzarelli, A. (2019). El vínculo terapéutico es parte integral de la intervención y afecta su resultado, y esto es cierto no solo en psicología sino en todo el espectro de intervenciones en salud.  Por otro lado, la compasión no se opone al autocuidado, al contrario: al deshumanizar nuestro trato hacia otro deshumanizamos una parte de nosotros mismos y si nos deshumanizamos habitualmente, nuestra salud se ve afectada. La neutralidad afectiva como estrategia de autocuidado está actualmente cuestionada por la evidencia. Por ejemplo, investigaciones de Stephanie Brown en Stonybrook University y de Sara Konrath en la Universidad de Michigan muestran que las personas que se involucran en relaciones de ayuda con una motivación altruista tienen una mayor expectativa de vida. También sabemos mucho sobre la importancia de la calidez en el vínculo interpersonal por estudios sobre apego temprano: para el sistema nervioso humano la neutralidad afectiva no es neutra, sino que es amenazante (Tronick et al., 1978).

Al tomar conciencia de que los cuidadores, los pacientes y los familiares, antes de encarnar un rol, primero son seres humanos que tienen una fisiología, un sistema nervioso y una psicología altamente sensible a las claves de seguridad y de amenaza que leen del ambiente y de las interacciones con otros, nos damos cuenta de que los profesionales, los pacientes y los familiares van a poder desplegar sus mejores recursos disponibles cuando sus necesidades humanas básicas son tomadas en cuenta y cuando se sienten respetados, vistos y tratados empáticamente como un ser humano (humanidad compartida; Jinpa, 2010). 

Debido a que la medicina es una disciplina caracterizada por la vocación de cuidar, podría creerse que el valor y la práctica de la compasión sería una obviedad, sin embargo, en todos los países donde comparto sobre la compasión en el ámbito sanitario noto que hablar de este tema sigue siendo algo aparentemente nuevo. Sin embargo, basta con compartir algunos datos sobre la compasión para que surja una toma de conciencia clara de que la compasión es un tema central y al mismo tiempo invisibilizado (hasta ahora) en la manera en que hemos organizado la atención en salud. 

Sabemos que la compasión es central. La calidad del trato (tanto positiva como negativa) no solo deja una huella profunda en la memoria de los pacientes, sino que afecta su estado físico y mental, jugando a favor o en contra de su proceso de enfermedad y de recuperación. La compasión se expresa principalmente a través de claves no verbales: Lo que los pacientes recuerdan no es solo lo que se les dijo sino cómo se lo dijeron y cómo los trataron. El paciente recuerda cómo su enfermera o médico se inclinaba para acercarse, cómo le tocaba; cómo le hablaba como un ser humano y no como a un cuerpo roto; cómo le llamaban o no por su nombre. Los pacientes registran cuando se les trata como un compañero ser humano, como alguien cuyos sentimientos importan. Este trato humanizante y compasivo no necesariamente toma más tiempo que el trato deshumanizado (Trzeciak & Mazzarelli, 2019), ya que no se trata de hacer más cosas, sino de hacerlas de una manera particular caracterizada por la presencia, la empatía y la compasión: el cuidador sigue haciendo su labor técnica (cambiar las vías, limpiar el cuerpo, chequear los indicadores) sin dejar de ser un ser humano humano que acompaña a otro ser humano .

Las personas que van a los centros de salud naturalmente acuden con un alto nivel de vulnerabilidad al estar en contacto directo (ellos mismos o bien algún familiar o un amigo), con la fragilidad de la vida. El sufrimiento natural del contacto cercano con la enfermedad es palpable en los pasillos y en las salas de espera de hospitales y clínicas. Y el sufrimiento no es lo mismo que el dolor: el cuerpo duele, pero es la persona completa, con su subjetividad, imaginación, sensibilidad, emociones, espiritualidad, identidad e historia, la que sufre. En decenas de relatos he visto cómo, al sufrimiento natural de la enfermedad o la amenaza de la muerte, se puede sumar demasiado habitualmente el sufrimiento añadido de un trato deshumanizante. Y este tipo de trato deshumanizado multiplica el sufrimiento del paciente, probablemente en la misma proporción en que un trato compasivo lo alivia y lo vuelve más llevadero.

¿Qué evidencia tenemos de que la compasión (o falta de ella) en el cuidado de los pacientes no es solamente de un “plus” deseable, sino que es clave para una intervención exitosa y para un uso eficiente de los recursos?

Por un lado, sabemos que el trato compasivo mejora la respuesta inmune de los pacientes; disminuye el número de hospitalizaciones; reduce el uso de los cuidados intensivos al final de la vida y favorece mejor ajuste psicológico frente al diagnóstico de cáncer (Lown, Rosen & Marttila, 2011; Lown, Muncer & Chadwick, 2015). Como contrapunto, sabemos que la falta de compasión en la atención, además de sus consecuencias en los pacientes y familias, puede resultar en consecuencias negativas a nivel económico, legal y de imagen pública para los proveedores de salud (Francis, 2013; Lown, 2014; Perez-Bret, Altisent & Rocafort, 2016; Sinclair et al., 2016). También sabemos que cuando los profesionales de la salud son más compasivos hacia los pacientes, los mismos profesionales experimentan menos estrés, menos cansancio y menor riesgo de “burnout” (Krasner et al., 2009).

El beneficio de la compasión hacia los pacientes parece bastante evidente, pero ¿tendrá la amabilidad y compasión entre colegas algún beneficio? Investigaciones en Reino Unido sugieren que la amabilidad y la compasión entre colegas mejora la atención (menos errores), aumenta la confianza (reducción de la ansiedad, mejora del optimismo), mejora la comunicación (ahorro de tiempo), aumenta el rendimiento del equipo y alianza terapéutica (mejor diagnóstico, tratamiento y cooperación), mejora los resultados para los pacientes, mejora la satisfacción en el trabajo, disminuye el riesgo de exceso de estrés y el “burnout”, y hay mayor capacidad de aprendizaje de los errores, ya que disminuye la defensividad dentro de los equipos (Campling, 2015).

Tomando todo esto en cuenta, podemos pensar que efectivamente estas profesionales podrían beneficiarse, por ejemplo, de entrenamientos en reducción del estrés, mindfulness, equilibrio emocional, y cultivo de la compasión. De hecho, investigaciones recientes de sobre los efectos de programas de mindfulness y compasión en profesionales paliativos muestran que estos programas generan disminución en síntomas depresivos, despersonalización, re-experimentación de trastorno por estrés postraumático, rumiación y agotamiento emocional, junto con un aumento de habilidades de regulación emocional en el trabajo, mayor autocuidado y desarrollo de las habilidades comunicacionales (Gerhart et al., 2016; O’Mahony et al., 2017; Orellana-Ríos et al., 2018).

Sin embargo, este enfoque “bottom-up” (de abajo hacia arriba) que consiste en entrenar a los profesionales en habilidades de regulación emocional, empatía y compasión, solo tendrá sentido si es complementado por un enfoque “top-down” (de arriba hacia abajo), consistente en el cambio de las políticas y estructuras institucionales en que el trato humanizante de los profesionales a los pacientes sea complementado e incluso precedido por un trato humanizante de las instituciones hacia los profesionales. Este cambio del sistema de salud top-down y bottom-up no solo es necesario para cuidar mejor a los pacientes y a los profesionales de la salud, sino que también es clave respecto al uso eficiente de los recursos.

Un buen ejemplo del vínculo entre compasión y uso eficiente de recursos lo muestra un estudio controlado y aleatorizado publicado el año 1964 en el New England Journal of Medicine. Este estudio mostró que los pacientes que recibían una visita de apoyo de su anestesista antes de una operación intra-abdominal en la cual éste les explicaba cómo era el dolor que iban a sentir después de la operación y cómo gestionarlo mejor, necesitaron la mitad de dosis de morfina postquirúrgica comparados con los pacientes que no recibieron esa visita y, además, fueron dados de alta en promedio 2,7 días antes del hospital (Egbert et al., 1964).

Es importante, por lo tanto, dejar en claro que no promovemos la compasión en salud (y en la sociedad en general) como una cuestión de mera bondad, sino también de pragmatismo. Usar los recursos eficientemente es compasión en acción y es más eficiente el buen trato y la humanización de la salud, ya que cuando los seres humanos (ya sea en el rol de profesionales, pacientes, técnicos, gestores, administrativos, familiares) nos sentimos vistos y respetados, cuando nos sentimos seguros (en vez de amenazados), contentos (en vez de frustrados) y conectados (en vez de aislados), salen a la luz nuestros mejores recursos: los profesionales trabajan alineados con su vocación y con su mejor capacidad técnica y los pacientes se encuentran en el mejor estado que pueden estar dentro de los límites de su diagnóstico. 


Fin del fragmento del libro. Puedes encontrar el libro en Buscalibre, Casa del Libro, Google Books y en la Editorial Nau Llibres.